FERNANDO FRÍAS.- Uno de los conceptos científicos menos intuitivos es quizá el de la evolución de las especies. Sí, todos sabemos que los hijos no son exactamente iguales que sus padres, que un abuelo moreno puede perfectamente tener una nieta rubia y que las variaciones de altura o complexión física dentro de una familia son habituales. Pero de ahí a pensar que una serie de cambios se vayan acumulando en el tiempo hasta dar lugar a una especie diferente hay un abismo que a mucha gente le cuesta cruzar.
Y, sin embargo, los seres humanos nos las hemos apañado para rodearnos de ejemplos de evolución provocada por nosotros mismos. Las plantas que cultivamos son el fruto de una cuidada selección de ejemplares en busca de un fruto más grande, una cosecha más abundante o incluso algo tan frívolo (y, a la vez, tan importante) como una flor más duradera. Los animales de granja tienen poco que ver con sus parientes salvajes, mucho más pequeños y mucho menos dóciles. Y además tenemos al que según el tópico es nuestro mejor amigo: el perro.
Hace cinco años Abby G. Drake y Christian P. Klingenberg publicaron un estudio sobre la transformación de la forma del cráneo en los perros de la raza San Bernardo (pdf). El motivo principal de escoger esa raza es que su evolución está muy bien documentada, y de hecho pudieron contar para su estudio con 47 cráneos de San Bernardos, perfectamente conservados e identificados y datados entre 1885, el más antiguo, y 2001, el más reciente.
Claro que no es la única fuente de información, y como nosotros no tenemos acceso desde aquí a la colección de cráneos del Naturhistorisches Museum de Berna tendremos que contentarnos con otra cosa. La labor de los legendarios perros de rescate del Hospicio del Gran San Bernardo empezó a ser conocida a raíz de que Napoleón emplease esa ruta para cruzar con su ejército hacia Italia, en 1800, y más aún cuando se difundieron historias como la de Barry, a quien se atribuye el salvamento de al menos cuarenta personas, lo cual probablemente sea cierto, y que murió cuando intentaba rescatar a la número cuarenta y uno, un soldado que lo confundió con un oso. Lo cual es rotundamente falso, teniendo en cuenta que Barry murió de viejo en una casa de retiro en Berna, pero este y otros detalles propios del romanticismo decimonónico (como el barrilitocolgando del cuello, que en realidad no llevó jamás ningún San Bernardo del Hospicio) contribuyeron a que los grandes Bernhardiner acabaran poniéndose de moda entre los aficionados a los perros, primero suizos, luego británicos y después del resto de Europa y EEUU. De hecho, el del San Bernardo fue uno de los primeros estándares caninos aprobados.
Perro del Hospicio de San Bernardo, por Salvatore Rosa (1690, copia de mediados del S. XVIII). |
Tödli (circa 1890). Foto procedente del Naturhistorisches Museum Bern |
El San Bernardo que tiraba del trineo de la leche en Montana (Suiza) en los años 1940. La niña de la fotografía es mi suegra. |
El cambio en la forma del cráneo de los San Bernardo no ha dado lugar a una nueva especie, por supuesto, pero han sido lo suficientemente rápidos como para que podamos apreciarlos casi directamente, y darnos cuenta de que sí, la evolución existe y prosigue día a día. Y además, ¡qué caramba!, son unos perros magníficos, ¿verdad?
Mi hija Alicia con Brandy, abril de 2011. Alicia estará en StAS 2012. ¿Y tú, StAS o no StAS? |
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