La primera te provoca ganas de darle al buen hombre con un calcetín sudado en la boca, la segunda te genera un subidón de endorfinas y oxitocina y, literalmente, alarga la vida.
La sonrisa Duchenne es espontanea, genuina y atractiva. La definió como tal en 1862 Duchenne de Boulogne. Inesperado nombre de pila ¿verdad? Este neurólogo francés describió que “una sonrisa falsa sólo involucra a los músculos de la boca y los labios… mientras una sonrisa sincera activa, además, los músculos que rodean los ojos”.
“Las patas de gallo son un indicador de sonrisa Duchenne, no entiendo como la gente se las opera”, se exclama Carmelo Vázquez, catedrático de psicopatología de la Universidad Complutense de Madrid.
La razón de que ésta sonrisa sea tan distinta de una ‘falsa’ se encuentra en las diferencias neurológicas de su origen. La contracción muscular que genera una sonrisa espontánea proviene de un impulso involuntario generado en los ganglios basales del cerebro como respuesta a procesos del sistema límbico. En cambio, la sonrisa ‘azafata’ o falsa es fruto de una activación muscular voluntaria desde la corteza motora.
Las emociones afectan a como las personas piensan, se comportan e interaccionan unas con otras. La gente con emociones positivas es más feliz, claro, pero también tiene una personalidad más estable, mejores capacidades cognitivas y un sistema inmunológico más eficiente que las personas negativas.
Como una buena manera de entender un enigma es midiendo y calculando, los científicos han decidido, no sin razón, que las expresiones faciales son un barómetro de las emociones. Desde un punto de vista epidemiológico la intensidad y la forma de la sonrisa puede servir como indicador de la felicidad.
En un artículo científico publicado en la revista Psychological Science en el 2010, los científicos Abel y Kruger demostraron que la sonrisa Duchenne está asociada a una mayor esperanza de vida.
En este estudió se clasificó los cromos de los jugadores de la liga americana de básquet de los años 40 y 50 en función de si tenían o no una sonrisa Duchenne y se midió su longevidad. Los resultados fueron que los jugadores con una sonrisa No Duchenne habían muerto a los 72 años, de media, los que tenían una sonrisa que ni fu ni fa, a los 75 y, finalmente, los que sí tenían sonrisa genuina a los 80 años de edad.
Y todo esto va de sonrisas, pero el telón de fondo a nadie se le escapa que es la felicidad. Este estudio, curioso como mínimo, es uno más en el esfuerzo de autoanalizarnos, de encontrar las claves de la piedra filosofal de la sociedad de hoy en día. La felicidad. Mario Alonso Puig, científico polifacético y personaje de peso en temas de Psicología Positiva anunciaba la semana pasada en Madrid que: “Tal vez, la felicidad no es un enigma, si no un misterio. Y como tal no se puede medir, ni calcular. No es cuestión de tiempo que la ciencia lo descubra, porque los misterios no se descubren, se desvelan”.
No deja de ser bonito que la ciencia no tenga respuesta para todo... todavía.
No empobrece a quien la da y enriquece a quien la recibe.
Dura sólo un instante y perdura en el recuerdo eternamente.
Es la señal externa de la amistad profunda.
Nadie hay tan rico que pueda vivir sin ella.
Nadie tan pobre que no la merezca.
Una sonrisa alivia el cansancio, renueva las fuerzas.
Y es consuelo en la tristeza.
Una sonrisa tiene valor desde el comienzo que se da.
Si crees que a ti la sonrisa no te importa nada,
se generoso y da la tuya,
porque nadie tiene tanta necesidad de la sonrisa,
como quien no sabe sonreír.
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