LORENA SÁNCHEZ (Quo).- La primera vez que Iván Vilaplana llegó a la redacción de Quo hablando de su sueño de una feria de la ciencia diferente a todas, y en Alicante, el mecanismo habitual de la memoria humana, en este caso la mía, tiró de olvidados hilos y recuperó esa joya de Eduardo Mendoza titulada la Ciudad de los Prodigios. La novela camina sobre las dos Exposiciones Universales de 1888 y 1929 que se realizaron en Barcelona, época en la que el público, de estreno en casi todo, atesoraba la hoy mermada capacidad de deslumbrarse. Pensé en ello porque ahora, cuando las ferias de ciencia con bajo (bajísimo presupuesto) abundan como hongos, aún espero que en una de ella ocurra eso, algo fascinante, “el prometido sueño de Iván”. La feria de la ciencia de Alicante quiere hacerlo. De momento, se presenta con un logo rosa, refulgente y de diseño comprimido: StAS. Los días de la exposición universal de 1888 eran otros. Caminaban aún a tientas y la luz eléctrica se juzgaba como un peligro similar al del lobo feroz y las ondas de los móviles. “La luz artificial no debería deslumbrar ni oscilar pero sí ser abundante sin que caliente el ojo”, decía una revista aparecida en 1886. Lo inolvidable de aquella Exposición Universal de Barcelona fue que en ella se mostró por primera vez cómo el ser humano había conquistado el cielo. El de Barcelona se llenó de globos aerostáticos. “Cuando llegó al parque de la Ciudadela vio levantarse sobre las copas de los árboles y los mástiles el globo cautivo. Los ingenieros se cercioraban de su buen funcionamiento y de la firmeza de las amarras. No era cosa de que en plena Exposición el globo rompiera las amarras y se fuera a merced del viento con la canastilla llena de turistas aterrorizados. La atención al “tourista”, como se decía entonces, era el centro de todos los cuidados de aquellos días. Los diarios no hablaban más que de esto. “Cada uno de los visitantes, al volver a su país”, decían, “queda convertido en un apóstol y propagador de cuanto ha visto, oído y aprendido”.
En la década de los treinta había un vuelo de pasajeros Madrid–Lisboa sin escalas. Pero de eso al despegue vertical y a la posibilidad de inmovilizar el aparato en el aire mediaba un abismo. Sin embargo, el emprendedor personaje de la novela, Horacio Bouvila, consiguió que un extravagante ingeniero ruso diseñara para él una máquina voladora que despegara en vertical delante de la multitud. “Esta máquina empezó a salir efectivamente al cabo de unos segundos; pronto estuvo enteramente fuera del pabellón, sustentándose por sí sola en el espacio, como si fuera un planeta. … La muchedumbre estaba encandilada a la vista de este ingenio portentoso y hasta Su Majestad el rey, abandonando la actitud de desdén y somnolencia que había adoptado ese día, emitió un silbido de admiración y murmuró por lo bajo: ¡Pardiez!”
Mi pregunta es qué contarán los esperados “touristas” sobre StAS. Qué será lo que recuerden, o lo que aprendan, y si habrá algo que les fascine. La siguiente pregunta es si las Ferias de Ciencia de Murcia, Madrid, Sevilla, Alicante... y el resto, no deberían unirse para crear un macro evento científico en el que realmente pudieran mostrar al público las máquinas voladoras de hoy. Los grandes ingenios que el público de a pie solo tiene oportunidad de observar en los vídeos de Youtube. StAS tiene un objetivo interesante: llevar la ciencia a la calle, y a Twitter, que son realmente los pabellones contemporáneos para exhibir y mostrar ideas. Esto ya es algo nuevo. Staré en StAS, pero lo haré siguiendo el sueño de Iván Vilaplana, confiando en encontrar en la Feria de la Ciencia que proponen en Alicante aquello que me haga exclamar ¡pardiez! Si lo hay, os lo cuento.
*Lorena Sánchez es la redactora jefe de la Revista Quo, patrocinadora y colaboradora de StAS.
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