Como las estadísticas se distinguen casi siempre porque uno puede confiar en ellas, en la reunión estaba el plasta de turno que me saludó con un “¿Qué? ¿Sigues haciendo apostolado de la ciencia?” Y casi caigo. Casi cometo el error. No hay golosina más dulce para estos personajes que uno le responda y entonces comienzan a disparar sandeces sinsentido como si la estulticia viniera incorporada en sus genes. Estuve a un tris de hablarle de Street Alicante Science, de la importancia de sacar la ciencia a la calle, de acercarla a la gente y que pueda tocarla. Pero sabía que el mentecato me cuestionaría la utilidad de eso y apuntaría que la ciencia no sirve de nada más allá de los laboratorios y que su único propósito es crear tecnologías consumibles. Y entonces recordé al matemático José Luis Massera. Uruguayo de nacimiento, Massera fue un preso político de la dictadura de su país. Sufrió varios años de cárcel por su forma de pensar distinta, tanto en lo político como en lo científico. Recuerdo, en alguna biografía que tengo perdida por ahí, que él cuenta cómo las torturas fueron tan brutales que le fracturaron una pierna y durante un mes lo dejaron sin asistencia de ningún tipo, lo que provocó que durante toda su vida tuviera que llevar un bastón. Pero lo que más recuerdo son las palabras de uno de sus compañeros de celda relatando cómo las matemáticas, la ciencia, le sirvieron para volar del encierro en una prisión llamada, paradójicamente Libertad. En los años más oscuros, Massera, junto a Elvio Accinelli y Roberto Makarian (también presos y también matemáticos) se pasaban papelitos “escritos a escondidas, con letra chiquitita. El manuscrito era llevado de celda en celda por el compañero que repartía el pan o las herramientas, quien arriesgaba con esta osadía ser sancionado e ir a “ La Isla”. Aquellos papelitos circulaban en abierto desafío y Massera escribía de lógica y matemática, haciendo realidad la afirmación que la ciencia y la cultura no pueden ser destruidas”.
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