viernes, 16 de marzo de 2012

A hombros de gigantes

Publicado por MJS - 2 comentarios

Hércules Caco
Hércules, héroe por antonomasia, mata al
centauro Caco. Escultura en la Loggia dei
Lanzi en Florencia (foto GFDL de
Magnificus, vía Wikimedia Commons)
MAURICIO SCHWARZ.- La cultura humana parece inevitablemente fascinada con el individuo, el héroe, el campeón, el líder, el caudillo, la estrella, el mesías, el personaje singular que de su piel para adentro condensa todas nuestras aspiraciones. Parecemos tener una facilidad asombrosa para buscar gente a la cual colocar en pedestales debidamente etiquetados (campeón de 100 metros lisos, libertador de Jaujastán, descubridor del agua muy tibia, primero en subir tal volcán o bajar a tal pozo)… aunque después descubramos que nuestros ídolos tienen algún defecto y nos sintamos extrañamente con derecho a enfadarnos con ellos porque “nos han decepcionado” o “nos han fallado”, cuando en realidad eran los mismos antes de que los idolizáramos que después.

Por ello mismo, cuando exaltamos el trabajo de equipo lo hacemos siempre con un caveat, una coartada según la cual el equipo está muy bien, sí, pero siempre que en el equipo destaque uno, el líder, el que hace que funcione el todo… el colectivo depende del singular, nuevamente, del más destacado, para nuestra tranquilidad.

Al relatar el desarrollo de la ciencia y la tecnología, como en otras narrativas históricas, parece con frecuencia que estamos ante una sucesión de genios o revolucionarios totalmente independientes, que con una inspiración asombrosa cambiaron desde cero de modo decisivo el rumbo del conocimiento.

La tentación es grande, porque simplifica y al mismo tiempo da a la historia interés, emoción y atractivo humano: Copérnico saliendo de la oscuridad absoluta con la asombrosa luminaria de su libro “Sobre las revoluciones de las esferas celestiales”, Alexander Fleming identificando las implicaciones del accidente que lo llevó a descubrir la penicilina, Darwin levantando con la fuerza de su genio todo el edificio de la biología y poniéndolo en la dirección correcta.

Sin embargo, Isaac Newton, uno de los grandes héroes de la ciencia, considerado ampliamente como una de las mentes más geniales que han existido, un verdadero revolucionario capaz de mirar en direcciones totalmente nuevas en matemáticas, astronomía y varias ramas de la física, ya nos advertía contra esta visión. En una carta enviada en 1676 al que luego sería su adversario acérrimo Robert Hooke, dice “Lo que hizo Descartes fue un buen paso. Tú has añadido mucho de varias formas, especialmente al tener en consideración filosófica tus colores de placas delgadas. Si yo he viso más lejos es por pararme sobre los hombros de gigantes”.

Sir Isaac Newton (1643-1727)
Sir Isaac Newton
(retrato D.P. de Sir Godfrey Kneller,
vía Wikimedia Commons)
Es decir, todos quienes le precedieron en la filosofía y la ciencia le dieron a Isaac Newton la plataforma desde la cual pudo desarrollar su genio y sus capacidades.

Pero la frase de Newton tampoco es absolutamente original, sino que echa mano de una larga tradición de sabiduría popular, que comienza con John of Salisbury en 1159 al señalar “Bernardo de Chartres solía decir que somos como enanos sobre los hombros de gigantes, de modo que podemos ver más que ellos, y ver cosas a mayor distancia, no en virtud de ninguna claridad de visión de nuestra parte, ni ninguna distinción física, sino porque su gran tamaño nos lleva a la salturas y nos eleva”. Distintos autores retomaron el concepto a lo largo de los 500 años siguientes, hasta que Newton se paró sobre sus hombros filosóficos para explicar cómo se paraba sobre los hombros científicos de otros gigantes.

Incluso cuando Newton desarrolló el cálculo diferencial e integral que le dio un poder sin precedente a los matemáticos para estudiar el cambio, fue porque el mundo de las matemáticas estaba listo para ese avance como resultado inevitable de los gigantes que ya habían aportado su trabajo… tanto así que Gottfried Leibniz lo desarrolló casi simultáneamente disparando un debate que aún no muere del todo.

Charles Darwin y Alfred Russell Wallace tenían las mismas bases teóricas de la biología de su época cuando recorrieron tierras lejanas y concluyeron que la evolución era un hecho innegable, y que su mejor explicación era la selección natural. Presentaron su teoría juntos, pese a que Wallace ha sido relegado injustamente al paso de los años.

Quizá los medios de comunicación en su conjunto, y los divulgadores en lo particular, deberíamos asumir el desafío de no presentar a la ciencia como una sucesión de genios independientes, sino como lo que realmente es: una labor de conjunto que a diferencia de otras disciplinas humanas, basa su fuerza en su capacidad acumulativa. El joven que quiere estudiar hoy biología, física o química orgánica tiene una altísima plataforma de lanzamiento, lo que ya hicieron antes de él todos los que dieron forma a la disciplina.

La impresionante tapa del
Solenoide Compacto de Muones,
uno de los experimentos del LHC.
(foto licencia CC de Arpad Horvath,
vía Wikimedia Commons)
Pero, además, el científico o el inventor que trabajan en solitario, con sus cavilaciones y sus experimentos en un cobertizo, como lo fueron Darwin, Franklin, el Edison de los primeros tiempos o Galileo con su telescopio es prácticamente una imposibilidad en en siglo XXI. Lo sencillo ya se ha hecho. Lo que la humanidad está haciendo hoy en las fronteras del conocimiento requiere una labor de equipo a niveles sin precedentes. Pensemos en toda la gente, especialidades, mentes altísimamente capaces y preparadas que confluyen para la creación de logros como la Estación Espacial Internacional o el imponente acelerador de partículas del CERN conocido como LHC.

La secuenciación del genoma humano, la observación del cielo con telescopios en todas las frecuencias de onda, las investigaciones sobre nuevos medicamentos, neurociencias, desarrollo de prótesis, metamateriales asombrosos, excavaciones ambiciosas de paleontología y paleoantropología son actividades que no puede realizar un hipotético Indiana Jones de la ciencia. Esa capacidad de trabajo en equipos complejos, multidisciplinarios y formados (nunca lo olvidemos) por seres humanos comunes y corrientes con sus pasiones, sus grandezas y sus pequeñeces, sus defectos y sus virtudes, sus amores y sus odios no siempre queda reflejada en el fácil recurso de contar la historia de la ciencia a través de algunos de sus más conocidos nombres.

Al presentar así la ciencia, además, obtendremos la ventaja de que, al no tener héroes idealizados, por supuesto no pueden decepcionarnos, porque no nos permitiremos esperar de ellos más de lo que esperamos de cualquier otro conciudadano.

*Puedes conocer más al divulgador Mauricio-José Schwarz en su blog: Los expedientes Occam

2 comentarios:

Juanjo Valderrama dijo...

Buenísimo post y muy necesario!! No puedo estar más de acuerdo con lo que dices.

Trabajo de consultor de empresas y día a día mi pelea es romper el paradigma del liderazgo personalizado. Una de las razones de lo extendido de la idea de que todo todo equipo de personas necesita un líder que los guíe, es la creación de personajes míticos sin atender al contexto personal y cultural.

Saludos!!

Javier Díaz dijo...

Totalmente de acuerdo con la opinión de Juanjo. Diría más, creo que el trabajo en equipo no debe eclipsar otras formas de funcionar. En las empresas, lo esencial es cultivar la idea de que formamos parte de una comunidad y que apuntamos a un mismo objetivo, pero el cómo llegar a él puede adoptar muchas y variadas formas. El trabajo en equipo es solo una de ellas. Permitidme que comparta el enlace a una de las últimas charlas TED en la que se habla de manera preclara sobre "el poder de los introvertidos". http://www.ted.com/talks/lang/es/susan_cain_the_power_of_introverts.html