
Pongámonos en situación. Nos encontramos a finales del Siglo XIX y la Guerra que durante años ha enfrentado a Francia y a los Estados Alemanes acaba de terminar, dejando altas las enemistades entre ambas naciones (la segunda ya reunificada en un único país). Todo aquello en lo que un francés destacaba, debía ser superado por los alemanes y viceversa. Y por supuesto, en ciencia no podía ocurrir otra cosa y los celos franceses se encontraban crecidos debido al descubrimiento por un alemán, Wilhelm Röntgen, de los Rayos X sólo cinco años antes de que comenzase la guerra. Este novedoso fenómeno pronto se extendió por toda Europa y todos los laboratorios de Física de renombre comenzaron a contar con dispositivos productores de Rayos X, buscando ampliar el conocimiento sobre ellos y quizás encontrar algún nuevo efecto o aplicación industrial. La fiebre de los rayos crecía imparable en Europa y es en este contexto en el que, a finales del Siglo XIX, Prosper-René Blondlot, un físico francés de cierto renombre en el campo de la óptica anuncia el descubrimiento de un nuevo tipo de radiación, nunca antes documentada y a la que denominó Rayos N, por encontrarse su laboratorio en la ciudad de Nancy (aunque en la literatura también pueden encontrarse bajo el nombre de Rayos Blondlot).
Sin embargo, desde la distancia y la perspectiva que el tiempo nos concede, podemos ponerle una fuerte pega a este experimento, y es que la simple detección visual de un fenómeno luminoso no posee la suficiente relevancia científica como para certificar un nuevo descubrimiento. No obstante, como ya hemos comentado, Blondlot era un reputado experimentador en óptica, con lo que pronto comenzó a mejorar las condiciones experimentales situando placas fotográficas que recogían la luz emitida por la chispa eléctrica. Y aún así, toda su experiencia no le permitió darse cuenta de que pese a las fotografías, continuaba cayendo en el mismo error continuamente, pues los elementos de medida finales eran sus ojos, que observaban las láminas irradiadas. Mientras que la detección de los Rayos X resultaba sencilla, se producía luz o no; la de Rayos N recaía en sutiles variaciones de luminosidad que, con la tecnología de la época no representaban una verdadera evidencia. Y es que los Rayos N en realidad no existían, si no que eran producto de una mera ilusión óptica. Pese a ello, el renombre de Blondlot sirvió para que el descubrimiento se abriese paso por toda Europa y muchos laboratorios comenzasen a experimentar con esta nueva radiación, encontrándose éxitos y fracasos de detección a partes iguales; fracasos que, pese a todo, no redujeron la euforia de la comunidad científica. Y es que, junto con su controvertido método de detección, los Rayos N presentaban unas cualidades tan peculiares que todo el mundo quería experimentar con ellos. Algunas de estas cualidades, detalladas por el laboratorio de Nancy, eran tan extrañas como ser producidos por los más variopintos materiales, entre los que se contaban algunos metales e incluso la madera; o ser el aluminio el único material capaz de refractarlos
Pero, como sabemos, la ciencia no es un dogma, y todo conocimiento es continuamente revisado a la luz de nuevas evidencias experimentales o ideas teóricas. Y puesto que los rayos N eran suficientemente extraños como para no encontrar mecanismo plausible que fuese capaz de explicar su existencia, la comunidad científica, especialmente la alemana, comenzó a dudar de la veracidad de las afirmaciones de Blondlot, afirmaciones que, realmente, sólo se sostenían por el nombre del investigador y su “fama”. Por ello, en 1903, la revista Nature encomienda al físico estadounidense Robert W. Wood, un negacionista de la nueva radiación, un informe detallado sobre el tema, entre cuyas pesquisas se incluye una visita al laboratorio de Nancy para observar los experimentos franceses de primera mano.
Llegados a este punto cabe decir que Wood obró de una manera que a muchos nos parece maliciosa y que está fuertemente relacionada con su percepción personal sobre los resultados de Blondlot. Los falsos negativos sobre la nueva radiación podían tener muchas causas y, pese a ser la más lógica el defecto psicológico del autoengaño, Wood decidió actuar como si los franceses supiesen la verdad y estuviesen falseando sus resultados a conciencia. Por ello, cuando se presentó en el laboratorio, lo primero que hizo fue ocultar que hablaba perfectamente el francés, de manera que pudiese oír sin reparos los comentarios que Blondlot y su ayudante, confiados de su intimidad, intercambiaban.
Los experimentos que los franceses estaban llevando a cabo en esos momentos trataban sobre la refracción de los rayos N por un prisma de aluminio. Para ello, generaban un haz estrecho de rayos que hacían cruzar a través del prisma. Como toda radiación, los rayos N debían refractarse según la Ley de Snell, cambiando su dirección de propagación e impactando posteriormente en una pantalla compuesta de algún material reactivo frente a ellos, a fin de ser observados por los físicos. Cuando Wood vio todo esto comenzó su juego escéptico y, valiéndose de la oscuridad necesaria para los experimentos de óptica, comenzó por rotar el prisma a ángulos distintos a los que Blondlot esperaba o directamente a retirarlo del supuesto camino de los haces de radiación N. El resultado que encontró era que ninguno de los dos experimentadores, ni el reputado físico ni su ayudante, percibían desacuerdo en sus observaciones... ¡pese a que el montaje experimental era incorrecto!. No contento con esto, Wood quiso obtener una prueba directa de la respuesta negativa de los experimentos de Blondlot, por lo que propuso lo siguiente: encendieron una (supuesta) fuente de rayos N enfocada a una pantalla que permitía saber si los rayos incidían sobre ella o no. A continuación, con una lámina supuestamente absorbente de este tipo de radiación y a la espalda de los franceses, Wood tapaba y destapaba la fuente preguntando en cada ocasión a sus colegas si sobre la pantalla incidían o no los rayos N. Por supuesto, el resultado de este juego fue que ninguno de los dos físicos era capaz de saber si la fuente estaba cubierta o no, poniendo en evidencia que su observación del nuevo fenómeno óptico era un fraude completo, cosa que Wood no tardó en hacer público.
Por supuesto, las respuestas internacionales no tardaron en surgir y, en poco tiempo, todos los laboratorios europeos de óptica estaban revisando sus experimentos sobre radiación N y llegando a la autentica conclusión: los rayos N no existían. Blondlot, por su parte, comenzó un largo declive hacia el ridículo, comenzando con artículos intentando explicar el porqué sus colegas se equivocaban y terminando con acusaciones contra su ayudante, cargando sobre él toda la culpa del falso descubrimiento. Indudablemente, en esta situación el hombre no estuvo a la altura de la ciencia.
Y es que este episodio pone en evidencia como funciona la ciencia, pues es un fenómeno colectivo, propiedad de la humanidad en su conjunto y eso es lo que la hace tan maravillosa y tan capaz de logros casi fantásticos, porque donde los egos, las envidias, las ilusiones y los sueños… y en definitiva nuestra condición humana, nos confunden, la ciencia sale airosa, mejorada e impulsada hacia algún nuevo descubrimiento. Y eso es lo más bonito de la ciencia, que es de todos. ¿STAS o no STAS?.
* Puedes conocer más a Mario Herrero en su blog: Stringer.es





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