XURXO MARIÑO.- Eso de que “quien no llora, no mama” es válido incluso para las células del cuerpo, ya que los científicos a veces dirigen con más intensidad sus estudios hacia aquellas estructuras que, por alguna razón, resultan más ruidosas. Algo así ha pasado con el estudio del sistema nervioso que, hasta hace bien poco, había enfocado sus esfuerzos principales en las neuronas, las estrellas de la mente, dejando de lado otro grupo de células que es igual de numeroso y probablemente de vital importancia en el procesamiento de la información.
Los aproximadamente 85 000 millones de neuronas que cada uno de nosotros lleva dentro del cráneo se comunican entre sí de una manera muy llamativa: mediante pulsos eléctricos, que emiten con una frecuencia determinada para dar lugar a una especie de código de barras neuronal. Es esta actividad la que ha atraído con fuerza la atención de los neurocientíficos desde hace casi un siglo. Para transmitir esas señales eléctricas las neuronas tienen prolongaciones con las que forman una inmensa red, con billones de puntos de intercambio de información llamados sinapsis. La neurociencia de los últimos 100 años se ha centrado en el estudio estructural de las neuronas, sus propiedades eléctricas y sus contactos sinápticos… pero resulta que hay más células.
En el espacio extracelular que baña las neuronas hay una cierta cantidad de potasio (ión potasio) cuya concentración debe ser regulada con sumo cuidado, ya que este ión determina la actividad eléctrica de las células vecinas. Si, por ejemplo, se produce un aumento descontrolado de potasio, las neuronas –y también las células musculares– se bloquean y dejan de funcionar correctamente (la inyección letal que se aplica en EEUU para matar a sus presos consiste precisamente en eso, en un chute de potasio que bloquea en pocos segundos el funcionamiento de las células del corazón). Afortunadamente en el tejido nervioso tenemos unas células que se encargan de regular con precisión la cantidad de potasio extracelular: son las células gliales. Estas células, las olvidadas en el estudio del encéfalo, resultan esenciales para el sistema nervioso ya que, además de esa importante función de regulación química, realizan otras labores igual de relevantes, como establecer una barrera de control entre la sangre y el tejido nervioso, o cubrir con una capa aislante las prolongaciones de algunas neuronas.
Mejor un trío
Las células gliales, cuyo número es similar al de neuronas, no producen llamativas descargas eléctricas, por lo que se habían dejado un poco de lado en el estudio de la mente, ya que se consideraba que sus múltiples funciones no estaban directamente relacionadas con el procesamiento de información. Ahora sabemos que no es así; llevan todo el tiempo ahí, trabajando en silencio mano a mano con las neuronas para regular la transmisión de la información.
Hasta hace poco los neurocientíficos estudiaban las sinapsis como un diálogo entre dos neuronas, pero ahora resulta que en muchos casos se trata de un trío: dos neuronas y un astrocito, que es un tipo de célula glial. Las sinapsis más comunes en el sistema nervioso son las sinapsis químicas: en ellas cada pulso eléctrico que llega al extremo de una neurona induce la liberación al exterior de la célula de una sustancia química –el neurotransmisor– que alcanza la otra neurona, ejerciendo sobre ella algún efecto. El neurotransmisor es una especie de ferry de correos –y de dirección única– que comunica dos islas vecinas. Lo que se ha descubierto recientemente es que muchas sinapsis son agrupaciones de tres islas, con ferrys que viajan entre ellas para mantener y regular su comunicación. El astrocito, la tercera isla de estas sinapsis, no genera descargas eléctricas, pero participa activamente en la transmisión de información, captando neurotransmisores y liberando sus propias sustancias transmisoras.
Hasta hace muy poco se consideraba que la capacidad de computación del sistema nervioso se debía únicamente al entramado neuronal. Pero ahora resulta que tenemos unas 85 000 células gliales que se unen a la fiesta. Si ya era complicado el estudio de las funciones mentales a partir de las neuronas, ahora la cosa se ha puesto todavía más difícil… o más interesante. Una complicación que no debería de extrañarnos, al fin y al cabo estamos hablando de la única máquina que conocemos que es capaz de enamorarse o de escribir poesía.
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Xurxo Mariño es neurocientífico en la Universidad de Coruña. Puedes encontrarle en su web:
Cultura Científica
1 comentarios:
Muy buen artículo, Xurxo. Reconozco que cada vez que te leo aprendo algo nuevo, pero sobre todo tienes la capacidad de enganchar hasta el final del artículo.
Saludos!
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